¿Sabías que existe un músculo de la disciplina?
La solución a la mayoría de los problemas suele ser la disciplina. Pero que vos —o las personas que conocés— no sean disciplinados no tiene que ver sólo con la fuerza de voluntad. Existe una región de tu cerebro que ayuda a regular la respuesta frente a experiencias dolorosas y es la que decide si abandonar o continuar a pesar de la incomodidad.
Maru Pérez
11/11/20253 min read
Todos los días tomamos miles de decisiones que moldean nuestra rutina. La mayoría son automáticas, pequeñas, casi invisibles. Otras, en cambio, requieren muchísima energía y consciencia. Pero muchas de ellas son las que pueden acercarnos o alejarnos de incorporar un nuevo hábito.
Tal vez estás siguiendo un plan de entrenamiento o de alimentación para mejorar tu estado físico, o querés empezar a estudiar, leer más o aprender algo nuevo. Y eso te lleva a hacer esfuerzos cotidianos en muchas de tus decisiones diarias.
Pero el peligro está en las otras: las que te alejan de tu propósito. Tirarte en el sillón a maratonear series, pedir delivery para no cocinar, scrollear horas en TikTok en vez de leer ese libro que tenés pendiente. Esas decisiones no solo te alejan de tu propósito, sino que además van en contra de la función de nuestro cerebro.
Nuestro cerebro está diseñado para superar desafíos como mecanismo de supervivencia. Tu antepasado paleolítico tal vez no quería salir de la cueva cuando llovía, pero la necesidad de comer lo hacía moverse igual. Y la recompensa de haber satisfecho esa necesidad lo hacía sentirse bien.
Nuestro cerebro no evolucionó para pedir comida por una app y esperarla en casa. Las redes neuronales que heredamos siguen diseñadas para resolver problemas y superar dificultades. Necesitamos esa dificultad y un propósito para justificar el esfuerzo: son dos elementos centrales de la disciplina.
En términos biológicos, superar desafíos nos hace bien. Y eso se explica por las áreas del cerebro que se activan cuando hacés algo que no querés hacer, pero elegís hacerlo igual porque sabés que te acerca a tu propósito.
Autores como James Clear en su libro “Hábitos Atómicos” y Sofía Contreras en “Pasá a la acción” dos libros que para mi fueron inspiradores y de los que he mencionado varios conceptos en mails y entradas de blog anteriores, explican muy bien cómo definir nuestra identidad y desarrollar sistemas nos ayudan a tomar decisiones más alineadas con los hábitos que queremos incorporar.
Pero lo que me llamó la atención esta vez fue otra cosa:
¿Qué pasa en nuestro cerebro cuando elegimos hacer algo que no queremos hacer?
Ahí entra en juego la corteza cingulada anterior: una región que se activa cuando enfrentamos el esfuerzo, la incomodidad o el dolor… y decidimos seguir igual. Es, literalmente, el músculo de la disciplina. Y como cualquier músculo, se fortalece cuando lo entrenás.
Tu cerebro está diseñado para superar desafíos porque es lo que lo hace sentirse bien.
💥 Ir a entrenar (no solo te vas a sentir bien por la posterior respuesta de tus endorfinas, sino porque tu cerebro sabe que cumplió con el compromiso de ir a esa clase que ya tenías programada previamente).
💥 Cocinarte algo saludable (no solo te sentís bien porque fisiológicamente digeriste mejor la comida, sino porque superaste esa dificultad en vez de comer lo primero que tenías al alcance)
💥 Leer antes de dormir en lugar de scrollear (no solo te sentís mejor porque tu mente hizo foco en la lectura en vez de recibir cientos de estímulos nocivos en el scrolleo eterno de las redes, sino porque para tu cerebro tomar esa decisión de dejar el celular y agarrar un libro fue difícil)
Todas esas pequeñas decisiones activan y desarrollan tu corteza cingulada anterior, haciéndola más grande y más fuerte. Por eso suele estar más desarrollada en atletas o en personas que atravesaron grandes desafíos, y más reducida en quienes viven buscando comodidad. Cuanto más evitás la incomodidad, más pequeña se vuelve esa zona del cerebro. Y, cuanto más la entrenás, más fácil se vuelve elegir lo difícil.
Si venís entrenando hace tiempo, seguro te resulta familiar esa sensación. Ya no necesitás negociar con vos mismo si ir o no al gimnasio: lo hacés, simplemente, porque sabés lo bien que se siente después.
Pero quizás estás en el otro grupo: el de los que recién empiezan, el de los que todavía luchan entre la motivación y el sillón. Si es así, ojalá este texto te ayude a entender que esa lucha no es falta de voluntad: es tu cerebro tratando de fortalecerse.
Y si ya lograste sostener el hábito del entrenamiento, quizás tu desafío esté en otro lado: la alimentación, el orden diario, el descanso, la lectura o el uso del celular. Yo, por ejemplo, este año tuve que entrenar otras cosas: comer más consciente, reducir pantallas, sostener la lectura y el descanso. Cada una de esas pequeñas batallas también entrenó mi músculo invisible de la disciplina.
La corteza cingulada anterior no se desarrolla leyendo sobre ella.
Se desarrolla haciendo cosas que no querés hacer, pero elegís hacer igual.
Y eso, al final, también es entrenamiento.
Porque entrenar el cuerpo, al fin y al cabo, también es entrenar la mente.
